sábado, 26 de septiembre de 2020

EL COCINERO DE LO ÚLTIMOS DESEOS, Yojiro Takita

 

  ¿Es posible que los lejanos y esquinados japoneses nos sigan dando lecciones a los herederos occidentales de la sabiduría griega, romana y cristiana? Pues así es. Y me avergüenzo de ello, por el olvido e incluso el desprecio que supone lo que está haciendo nuestra cultura occidental: pisotear sus raíces, obcecada como está en ideologías victimistas y neomarxistas que, a la larga, empobrecen el debate y lo que simplifican, al reducir toda la riqueza de nuestra capacidad de pensar a dimensiones esquemáticas. 

  Kore Eda ya trata con gran sabiduría sobre el amor a la familia, en películas tan espléndidas como KisekiDe tal padre, tal hijo, o Nuestra hermana pequeña (¡por favor, no se pierdan esta última!). Aclaración: Kore Eda no es un obispo, es un director japonés actual de prestigio.

   Yojiro Takita trata en este film sobre el amor al trabajo. Un prestigioso cocinero piensa que solo pueden hacer buenos platos con efectividad, dedicación exclusiva y sin compartir con nadie sus conocimientos. Unas circunstancias muy especiales transforman su modo de pensar: al final, comprende que, para hacer un buen plato, es fundamental poner amor en lo que se hace. Además, el trasfondo histórico es la guerra chino japonesa de los años treinta, muy interesante y poco conocida. Cierto que se emborrona un poco, a mi parecer, con asuntos de espionaje: es el precio que hay que pagar al entretenimiento. 

   Este film -a mi parecer- no es el mejor que ha salido de Japón, y la idea está plasmada correctamente pero con algún bajón en el guion. Pero pienso que siempre quedará como muestra de que los japoneses, en muchos casos, pescan en aguas más profundas a la hora de querer indagar en la condición humana. Sobre todo, después de la patochada de Hollywood consistente en poner condiciones políticamente correctas a las películas concursantes. Para mí, es un claro botón de muestra de que Occidente se nos está muriendo. 

miércoles, 16 de septiembre de 2020

MEMORIA DE LO INFINITO, Juan Lozano Felices


   «He pensado dar nombre / a lo que tercamente nos salva». Así inicia Juan Lozano Felices uno de los poemas de Memoria de lo infinito, cuarto libro del autor y prueba fehaciente de su madurez como escritor. 
   He comenzado por este verso porque me parece una clarividente declaración de intenciones alrededor de la cual orbita todo su quehacer poético y existencial. El creador-poeta solo tiene un propósito: dar nombre a lo que realmente le importa. Y lo que le importa es salvarse, como a todos, de la marejada que supone el hecho de existir. En esta búsqueda, el poeta se convierte en equilibrista: «un poema –nos dice– es comprender que amar es mantenernos a salvo donde cubre». Amar es mantenerse a flote, de algún modo, pero no con las velas desplegadas sino con el modesto flotador que el día a día nos procura. No pide demasiado y reconoce que «los más, vivimos / amándonos en minúscula».  Y corrobora: «en realidad, hay pocas cosas / que necesites para seguir de pie». Por eso, elogia la figura del escapista, pero no tanto porque huya de la realidad, sino por que huye de la imaginación. 
   No quiere ser un poeta maldito –lo afirma categórico en uno de sus poemas–. Con llevar a sus hijos al parque y jugar al tres en raya le basta, nos dice. Es más, en esa vida de «horario de oficina» encuentra la belleza. Por eso, aconseja «hablar con poca luz», «escribir en tono bajo», «vivir a contraluz de cualquier idealismo». Todo ello nos revela, no la pasividad fría del escéptico, sino la búsqueda ilusionada de toda la belleza posible que encontremos al alcance de la mano. 
   Como muy bien comenta José Luis Zerón en el iluminador análisis que prologa el libro, Juan Lozano es un poeta singular. No se le puede encuadrar dentro de la poesía de la experiencia ni tampoco es un novísimo. Nos muestra una forma de decir clara y despojada, a veces, anecdótica y circunstancial, pero al mismo tiempo autoexigente. Cada verso tiene su propio peso y su propia intención. Por decirlo coloquialmente, no da puntada sin hilo. Utiliza las palabras necesarias para decir lo que tiene que decir, y no sobra nada. 
   A pesar de su corta producción, se puede afirmar que Juan Lozano es autor consagrado con una voz muy personal y un pensamiento original, enraizado a su vez en la lectura atenta y reflexiva de los clásicos. 


miércoles, 9 de septiembre de 2020

LA PROFESORA DE HISTORIA, Marie Castille

  


 Una profesora de secundaria de una barriada parisina intenta involucrar a una clase especialmente conflictiva en un proyecto sobre los niños y los adolescentes en los campos de concentración nazis. El objetivo es presentar el trabajo a un concurso de ámbito nacional.

   No es fácil hacer una película sobre este tema tan manido: alumnos rebeldes salvados por profesor dinámico y redentor. La película pasa con nota, a mi parecer. En primer lugar, porque la docente es creíble, no es impecable, falla. En segundo lugar, porque las interpretaciones de los alumnos (igual que ocurrió con le película “La clase”), es magistral, a pesar de ser no profesionales, o quizá por eso.

   Pero no me parece una gran película, sino una cinta para ver en clase y plantearse una serie de reflexiones. Sobre todo, la capacidad transformativa que ha de tener la educación. Un alumno tiene que ser alguien distinto el último día de clase con respecto al primero: no solo una persona con más conocimientos, sino una persona mejor: más tolerante, más abierta, más implicada en los problemas del entorno, más sensible a las injusticias, más colaborativa. Y esa transformación se ve en la película. Ya sabemos que lo pasa ahí está un poco idealizado, que la realidad va por otro camino. Pero vivimos de ideales, y este tipo de relatos pueden dar ideas tanto a los profesores como a los propios alumnos. Yo, que me he dedico a ser profesor de Historia, me he visto interpelado y me ha servido para reflexionar sobre mi propia tarea. Si logra eso esta película, ya ha logrado mucho.

   Como contrapunto, dos aspectos que me han gustado menos y que tocan al planteamiento de fondo. La película se contagia del laicismo radical instalado en Francia como parte de su ser nación. La religión se ve como algo siempre sospechoso, o simplemente no se ve. A mí me parece que la religión es algo necesario si queremos vivir esos valores tan importantes. “Usted tiene un velo en la mente”, se dice al principio de la película. Por otra parte, la profesora logra emocionar a unos alumnos conflictivos y desmotivados, y que se impliquen al denunciar las injusticias, pero si no se tiene una visión más general y más amplia de la Historia es posible que ese juicio esté desenfocado. Se puede estar emocionado y equivocado al mismo tiempo. La verdad no sólo reside en no contar cosas falsas, sino en contarlo todo. No queda claro si lo alumnos saben lo que es el Gulag, qué pasó en Armenia, por qué se murieron de hambre en Ucrania, quién Pol pot, o, por no irse del país, qué les pasó a los campesinos de la Vendée.

   Con todo, me parece, ya digo, una película muy válida, que puede dar lugar a esta y múltiples debates.