domingo, 1 de septiembre de 2024

ABEL SÁNCHEZ, Miguel de Unamuno

 



   Esta novela trata sobre la envidia, vicio capital y muy español, según dice (aunque en todo el mundo hay envidiosos). Parece ser que don Miguel era muy envidioso y quiere tratar este defecto que le atormentaba. 

   Dos amigos de la infancia: Abel Sánchez y Joaquín (se podía haber llamado Caín, pero hubiera sido todo demasiado patente). Ya digo, uña y carne desde niños. Pero cuando empiezan a crecer Joaquín se da cuenta que Abel es más simpático, sabe tratar bien a la gente, tiene muchos amigos, cae muy bien a la gente y... el vicio de la envidia comienza a arraigar en él como una mala hierba. 

   Me ahorro contar más. Solo diré que la cosa se complica cuando aparece una atractiva mujer, Helena (¿un guiño a la heroína griega?)

   La novela es fantástica, me ha gustado mucho, más que la tía Tula. Niebla también me encantó en su día, pero no me acuerdo ahora de qué iba (habrá que releerla). Ya digo, me recuerda a Dostoievski un montón. Pero en mi opinión hay una diferencia. Raskolnikov se redime (y eso que había matado una vieja); Joaquín no lo hace, aunque lo intenta una y otra vez: tiene que dejar de odiar a Abel que sigue siendo, ¡ojo!, su mejor amigo. 

   Y ahí está el quid de la cuestión. ¿Qué le falta Unamuno? ¿Por qué es un autor tan... triste. En mi opinión, le falta la  esperanza. Más que la fe: él es religioso, incluso un místico: los sonetos sobre el Cristo de Velázquez, su admiración por Santa Teresa y San Juan. Pero defectos (como todos),  y ha perdido la esperanza de erradicarlos (las lecturas que acumula sobre el existencialismo de Kierkegaad, etc, no le ayudan demasiado). No en vano el capítulo dedicado por Charles Moeller en esa obra maestra Literatura del siglo XX y Cristianismo (obra ya clásica que tendrían que leer todos los que quisieran saber algo de literatura), se titula La esperanza desesperada. Unamuno es algo así como un determinista. En el fondo, no llega a creer en el libre albedrío. En el caso que nos ocupa, Joaquín es envidioso, y no puede hacer nada por dejar de serlo. No cree en el hombre. Todo lo contrario al verdadero cristianismo que confía en la lucha del hombre por ser mejor, ayudado siempre por la gracia de Dios.  En ese sentido, es muy ilustrativo la conversación que tiene con el sacerdote que le confiesa. 

   En fin, Unamuno en pura esencia. Una novela que nos deleita por lo bien que está escrita, y nos hace reflexionar. Insisto, recomiendo para todo el que quiera entender a Unamuno la lectura de Charles Moeller en el capítulo que le dedica. 

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