A no pocos, esta película les ha parecido un tostón. Quizá tengan razón. A mí me ha encantado, porque esta llena de sutiles lecciones para la vida, y porque por primera vez en el arte se trata del problema del mal desde la única perspectiva en la que se puede tratar: desde una perspectiva teológica o, si se quiere, teleológica. Trataré de explicar las reflexiones que me ha provocado.
Un joven matrimonio de Texas, creyente, católico y bien avenido, con tres hijos. Han sido generosos y cumplen sus obligaciones religiosas y sociales. Pero, como el Job bíblico, comienzan a experimentar la amargura del dolor. En primer lugar, el padre quería ser un gran músico, no lo consigue, y tiene que conformarse con ser un aficionado y trabajar en algo que no quiere. Eso le provoca una sensación de fracaso que proyecta en sus hijos, a base de perfeccionismo. Los quiere duros, disciplinados, con afán de enfrentarse a la vida. Ello termina provocando la rebeldía de su hijo adolescente Jack. Todo eso desemboca en desavenencias matrimoniales donde sufren mucho los dos. Ella es la verdadera protagonista de la película, el verdadero Job, porque es un espíritu antagónico de su marido: pura, amante de la voluntad de Dios.
Insatisfacción profesional, rebeldía de un hijo, desavenencia matrimonial. Pero hay más: el padre echado del trabajo, y tiene que irse del lugar en que han visto crecer a sus hijos: humillación, desarraigo, penuria. Y, por fin, el gran drama, muere el hijo pequeño, con 19 años, en la guerra. "¿Por qué? ¿Por qué Dios mío, si yo no me he portado mal, dice la madre, tanto dolor?"
El problema del mal en el mundo: la muerte de un ser querido y joven, la humillación profesional, pero también nuestras propias miserias y pecados que nos hacen sufrir. ¿Cómo entender todo esto?
Entonces, el director, dice: “espera, voy a tratar de entenderlo”. Y se retrotrae… al Big Bang, a la formación de las galaxias, de la Tierra, de la vida en la Tierra, a la época de los dinosaurios… Dios ha creado todo en un acto de amor: fruto del amor de Dios es que todo nazca, crezca, cambie, muera… Aunque nos causen dolor, hemos de aceptar que somos seres que pertenecemos a la naturaleza y que por tanto podemos morir o provocar desastres… amar y sufrir. Pero si sientes la naturaleza, sentirás el amor de Dios, y podrás decir como dice la madre al final: mi hijo es para Ti, Dios mío. Nos causa dolor, pero hemos de abandonarnos al querer de Dios. Yo quiero lo que Tú quieras. Entonces, amamos, y nuestra vida se convierte en una celebración, es creativa, y proyecta ese amor en los demás. De hecho, a raíz del drama, los cónyuges se unen, el padre reconoce su error de raíz, y Jack, el hermano mayor, que vive en el torbellino de un mundo impersonal, vuelve al hogar y al amor que le vio crecer.
Malick explica de una manera simbólica y conceptual, a través de una profusión de bellísimas imágenes en cascada. Este hecho produce confusión en el espectador que espera ver un drama convencional, donde prima con frecuencia lo sentimental, pero donde no se reflexiona sobre la raíz de las cuestiones existenciales que dan sentido o no a nuestra vida. En esta película no derramarás lágrimas, pero te puede ayudar a afrontar el mal (el que viene de fuera y el que tú produces). Las imágenes son un mosaico que no siguen un orden temporal, y te puedes encontrar un poco perdido, pero en este tipo de películas hay que dejarse llevar. Luego, vendrá el debate y los comentarios.
“El árbol de la vida” es un film verdaderamente original y único. Reconforta que se haga este tipo de cine en una época donde predomina el emotivismo sobre las hondas reflexiones.