Después de su afamada y muy vendida Esmeralda sin brillo, historia de una cabaretista de los años cincuenta en España, Andrés Guilló ambienta este consistente relato en un época muy interesante: la transición española, que coincide con la llamada época del destape.
Guilló ha estudiado concienzudamente la época y conoce a todas los actores y las actrices de aquel tiempo. España conseguía la libertad, pero -como afirmó no me acuerdo quien- una vez conseguida la libertad, ¿qué hacemos con ella? Es como a un niño que le traen un mecano los Reyes Magos, y lo toma con ilusión, pero nadie le explica cómo funciona. Al fin, acaba estropeando el juguete e incluso haciéndose daño.
Ahora nos parece ridículo que en aquellos años se llenaran los cine por que aparecían durante unos segundos los pechos de una señorita. Pero, según cuenta Guilló, fue así. Y nos produce risa que tanta gente fuera a ver El último tango en París a Perpiñán, cuando podía hacer tantas cosas interesantes y mucho más cerca. Es, en el fondo, el deseo de lo prohibido. Por eso, a los pocos años de volver la democracia, alguien escribió un artículo publicado El discreto encanto del desencanto. O, por poner una ejemplo, la famosa e inteligente pintada: Contra Franco vivíamos mejor.
Pero Guilló va más allá. Aquellas chicas que aparecían desnudas en Interviú (Marisol, por ejemplo) o en películas, a nosotros nos podían parecer que era un dechado de libertad provocadora, una punta de lanza contra la pacata moral inculcada a nuestra generación. Pero en realidad eran víctimas: una vez que entraban en ese juego, ya no podían salir. Eran presionadas, y su carrera se venía abajo, si se negaban. De esta perspectiva, pasados los años, más que pasión producen compasión.
En fin, les dejo con estos apuntes y lean la novela, que no quiero hacer spoiler. Nuestro estimado Andrés Guilló toca un tema, que puede parecer tabú, con gran naturalidad pero también con una gran gran esfuerzo de empatía con las mujeres que ahí salen. Es en el fondo un homenaje a todas ellas.