Acabo de terminar la gran obra de Víctor Hugo. Necesito varios días para recuperarme. Es una novela romántica, escrita en 1830, pero ambientada en 1482. Se enmarca en la historia, pero el autor hace gala de una profusa imaginación, y de frecuentes situaciones límite, muy del agrado de los románticos del siglo XIX.
Necesito recuperarme, decía, porque es una novela muy dura, con un final trágico y nada complaciente, en el que Víctor Hugo se recrea. No nos ahorra ninguno detalle de la catarsis final.
La novela comienza con un cierto caos, aparente, en el que van apareciendo los personajes. Al principio, describe el ambiente de París en aquella época, un ambiente recreado, imbuido de romanticismo y fatalismo. Poco a poco, las piezas van encajando magistralmente, hasta su aciago colofón. De hecho, si uno comienza a leer en la página 200, tampoco se pierde mucho de la trama, pero no habrá apreciado la ambientación ni el carácter de los personajes.
Quasimodo, el jorobado de Notre Dame, ha pasado a ser uno de los iconos más conocidos de la literatura universal. En la novela inspira una gran compasión. La única persona que tiene con él un detalle de ternura es la gitana Esmeralda, y eso hace brotar en Quasimodo el corazón que llevada enterrado bajo su deformidad. El eterno mito de la bella y la bestia recreado con la emoción de un maestro. Pero Hugo estira tanto las situaciones, las miserias humanas y las pasiones, que a veces rozan en la caricatura.
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