Acabo de terminar el último poemario de nuestro gran amigo Carlos Javier Cebrián.
Fue presentado en Elche por Javier Baeza, con la inestimable aportación de la música de Lucas Segarra, Matuska Project y Señor Lobo, que lograron facilitar el kairós necesario para disfrutar cada poema. Yo me lo pasé bien, y es que Javi Cebrián -lo sabemos- es un caja de sorpresas. Nunca sabes por dónde te va a salir. Toda su poética tiene el don del desafío, de la desnuda aventura en que consiste sobrevivir.
Ahora se nos ha vuelto luminoso, celebrativo. A mí no me sorprende: siempre he sospechado que el existencialismo de Cebrián guarda una enorme carga de luz. Si por algo destaca, es por su absoluta honestidad. Es un poeta profundamente antirretórico. Cuenta lo que siente, lo que ve. La manera que tiene de seguir existiendo. Si no es así, no hubiera escrito Celebración del milagro y Vida de poeta (para mí, los mejores poemarios... hasta este).
Vayamos a sus versos. Una vez que ha pasado página (el amante que fue ya no está en sus poemas), el poeta nos revela que en realidad él no quería nacer (o sea, que le han nacido sin permiso). A pesar de ello, ya que está en este mundo, no le queda otra que aspirar a la claridad. Y ahí comienza su defensa a capa y espada de la luz. Pero la luz se halla en ese horizonte que Kant nunca lograba alcanzar del todo. O en esa piedra que el Sísifo de Camus nunca lograba hacer suya. La búsqueda de la luz, de la felicidad en suma, se convierte para el poeta en su más apacible condena. No tiene más remedio que caminar hacia hacia la llamarada, hacia todo lo que nos hace arder. Es más, el mismo poeta nos aporta las líneas maestras para escrudiñar una posible solución. Todo es hermoso -nos dice-, basta con saberlo interpretar. No nos engañemos, la de Cebrián es una poética que, a pesar de su aparente cinismo, guarda muchos quilates de sabiduría, reflexión y experiencia de la vida.
Cosme de Médicis repetía a sus adeptos aquella máxima horaciana: el que decida ser feliz, pues que lo sea. Cebrián no se queda atrás y cierra el telón del poemario con un verdadero reto: Despierta, asume el riesgo de ser feliz, o al menos de intentarlo. No se hable más.
Y esto es lo que hay, amigos. En efecto, no se hable más. ¿Permanecerá callado nuestro Carlos Javier Cebrián? -No creo, no creo. ¿Qué sería Elche sin él?
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