Aunque es difícil seguir todas
las conjeturas de Hércules Poirot, está ficción es muy entretenida y original.
El tren Estambul – Calais queda detenido por la nieve en medio de Yugoslavia. Esa
misma noche, un pasajero aparece apuñalado en su compartimento. Poirot,
detective profesional, inicia una investigación a instancias de Monsieur Bouc,
representante de la Compañía
y amigo suyo.
Como están detenidos en medio de
la nada, Poirot no tienen los medios técnicos propios de los detectives, y
tiene que confiarlo todo a su intuición.
Un albornoz escarlata, un limpipas,
una mancha de grasa en un pasaporte, un botón de uniforme, un pañuelo con
inicial… cualquier indicio es bueno para hacer avanzar la indagación en curso. Donde
los demás vemos embrollo, Poirot ve una luz cada vez más diáfana, y todas las
piezas del rompecabezas van adquiriendo sentido en su mente, aunque él no lo
manifieste.
Pero, sobre todo, la mayor virtud
de Poirot, de Agatha Christie, es su agudeza para penetrar en los personajes.
Entre los doce que viajan hay de todo: nobles y criados, hombres y mujeres,
jóvenes y mayores, y las más variopintas nacionalidades, cada una con sus
manera de ser: una joven norteamericana, un inglés, un francés, un italiano, un
matrimonio húngaro, y hasta una princesa rusa, por decir solo algunos. Una
ensalada de caracteres que la genial
Agtaha Christie aliña para nosotros en un plato exquisito que siempre
recordarás en tus sueños.
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