De familia agricultora en un pueblo perdido de la campiña extremeña, no se vio nunca un libro en su casa. He aquí el milagro de que terminara siendo escritor. Su familia estaba compuesta por personas sin cultura e impregnadas de costumbres ancestrales. En un momento dado tienen que venderlo todo y emigrar a Madrid con el desarraigo que eso supone.
La historia, en algunos episodios, es bastante triste. Pero Landero sabe acercarse a ella (es su propia historia) y tejerla con el hilo de la ternura y de la compasión. El protagonista se ve a sí mismo como un ser perpetuamente desorientado, bastante incomprendido, perdido en mil proyectos que nunca acaba, merodeador de la vida... Desde niño, es y se cree poeta y escritor. No acaba de encajar por ello con los moldes existenciales en los que tiene que crecer, aún poniendo su mejor intención.
Y relata sin orden cronológico diversas etapas de su vida con estilo cuidado pero, a la vez, con gran sencillez y un humor de fondo que hace el papel de contrapunto balsámico. Una delicia.
Sí, un pequeño gran relato que será un placer para todo lector que ame de verdad la literatura.
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