Desde que Salinger escribiera aquello de El
Guardian entre el centeno, y, años después, se convirtiera en libro de culto, hay muchos
que han intentado escribir las peregrinas y transgresoras historias de un
adolescente desorientado que busca en el sexo, en el alcohol y en los ambientes
marginales de nosequé gran ciudad su propio rumbo en la vida, etc, etc.
Tanto
ha proliferado el género, que es una tarea más que arriesgada ponerse a
escribir ahora historias malditas y que no suenen a tópico. En nuestro país,
Umbral dio a la luz Mortal y rosa: un auténtico monumento. Pero es que, claro,
don Paco escribía como los ángeles.
Por ello, comprenderán ustedes que tomé estos
relatos con cierta prevención. Pero también con interés, por dos motivos. Primero,
los relatos de Zomeño sobre la Primera Guerra Mundial me habían gustado.
Segundo, la mención que hace a Rock Ola me resultaba cercana, ya que mi hermano
Pepo fue uno de los que montó ese mítico local de la movida de los ochenta en
Madrid.
Y he de decir que Jesús Zomeño, a mi parecer, sale
muy bien parado de este arriesgado embite. Sus relatos son fuertes, explícitos,
nada complacientes, pero además rezuman sabiduría, ideas de fondo que calan,
frases (muchas he subrayado, pero no ha lugar en este espacio) que condensan
toda una lección de vida quizá sin pretenderlo.
Y eso es lo mejor para mi gusto. Sus historias
están tejidas de autenticidad por los cuatro costados. No hay pose, no hay
retórica. Esto se denota, por ejemplo, en un estilo parco, conciso pero denso.
Nuestros
veinte primeros años han quedado como colgando en nuestra vida. Hubo amores,
pero amores prohibidos, extraños, secretos, inalcanzables. Amores retratados en
estos breves relatos con la maestría y el realismo suficiente para que todos, quien
más quien menos, nos encontremos en ellos y sintamos en nuestro interior esa herida de
la juventud que, maldita sea, nunca acaba de supurar.