Pablo Soler es un licenciado en Filología y escritor que consigue un puesto en un colegio como bibliotecario, cuando está atravesando un momento delicado: acaba de ser abandonado por su novia y se encuentra totalmente descentrado.
La directora le encomienda la misión de catalogar todos los libros y ordenar la caótica biblioteca del colegio de una forma seria y profesional. Pablo acepta el reto, esperando que le sirva como ejercicio catártico para reflexionar y centrarse, pero muy pronto va a comprobar que es mucho más sencillo ordenar toda una biblioteca que ordenar la propia vida.
Juan José Rastrollo (doctor en Humanidades, licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua y Literatura en la Universidad de Alicante y en la Enseñanza Secundaria) pone toda su preparación y todo su bagaje literario al servicio de un relato original y profundo, donde toca las interioridades del ser humano y reflexiona a la vez sobre el sentido de la creación literaria en parangón con la vida misma.
Luis Landero creó el personaje del escritor antihéroe en su emblemática Juegos de la edad tardía. Desde entonces, no son pocos los que se han acercado a la figura del escritor fracasado. Pero en esta novela, el fracaso literario coincide con el fracaso personal. O quizá sean parte del mismo fracaso. Pablo es una persona buena y sensible, pero que no tiene solucionado su planteamiento vital. En mi opinión, lo que le pasa, no es que sea bueno o malo, sino simplemente que no sabe quién es. Como muy bien apunta Javier Puig en la introducción, Pablo tiene miedo a decidir, y busca experimentar, se convierte en un ser iniciático, sin rumbo, manipulable. No sabe qué hacer con su libertad, lo que es un signo claro de inmadurez (con su agudeza habitual, Chesterton advierte que actuar libremente implica al mismo tiempo experimentar limitaciones). De hecho, pretende ordenar una entera habitación con cientos de libros, cuando su vida entera es un desorden. De ahí el título, que me parece muy apropiado.
Escrita de una manera cuidada y limpia, con momentos de gran lirismo y reflexiones de hondo calado filosófico y metaliterario (fruto de las abundantes lecturas del autor), no tiene miedo a la innovación literaria, y se sale del envite con gran soltura. En varios capítulos abandona la primera persona para dejar que sean otros personajes de la novela los que cuenten, proporcionándonos una visión más poliédrica del relato. En otra parte describe los diferentes momentos como si fueran viñetas de cómic. Inserta poemas, cartas, informes médicos. Pasa del futuro al pasado y del pasado al futuro, sin que se rompa en ningún momento la línea argumental. Rastrollo es, en ese sentido, un escritor valiente.
En fin, una gran novela, heredera de la gran literatura que el autor conoce tan bien (Paul Auster, Kafka, Vila-Matas, etc.). Un relato nada condescendiente donde sitúa al lector enfrente de lo más sublime y a lo más banal, y que ayuda a reflexionar sobre la perenne condición humana.
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