Tengo para mí que unos de los géneros literarios más difíciles es el de la novela histórica. Porque, para relatar una historia ocurrida en el pasado, es necesario realizar un titánico ejercicio de empatía. Ponerse en la mente de un artesano del siglo XIII, un obispo del siglo XVI, un militar de los tercios españoles, por ejemplo, es poco menos que imposible. Pero al menos hay que intentarlo. Si se nota demasiado que el relator es del siglo XXI, malo. Con frecuencia, ponemos en boca de un personaje del siglo XIII nuestra propia cosmovisión, y eso chirria por todos los lados.
Hay que tener en cuenta que un artesano del siglo XIII no
sabe qué es la separación de poderes, ni ha oído la palabra “derechos del
ciudadano”, ni otros conceptos como “multiculturalismo", ni “conciencia
ecológica”. Es más, si se los
explicaras, no entendería nada, no cabrían
en su cabeza. En el siglo XIII no había ocurrido la revolución francesa, ni el
desarrollo del liberalismo, no había ocurrido, por decirlo de una vez, la
modernidad.
Pero sí había pasiones, generosidad, amor, compasión, crueldad,
miedo, lealtad… Por eso se pueden contar historias, pero sin anacronismos.
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