Ángeles Campello, poeta ilicitana, expresa sus sentimientos y sus experiencias, a la vuelta de un viaje a Malasia, país en donde siguió los pasos del maestro Wong Kiew Kit, realizó un curso especial de Chi Kung, y visitó varios lugares emblemáticos y varios templos budistas.
Cuando terminas de leer un libro tan insólito y te dispones a comentarlo, tienes dos caminos. El primero: estimar en mucho lo que has leído como algo exótico, curioso, pero en todo caso extraño a nuestro ámbito. El segundo: intentar comprender, aunque sea un poco, la sublime experiencia que experimentó la autora en su viaje a Malasia en 2005, y que ha marcado, como se ve a las claras, su vida entera. Este segundo camino es el más abrupto, pero – en mi opinión – el único posible. Menos mal que esta ardua tarea queda allanada por la natural y nada presuntuosa potencia expresiva que nos regala la autora a cada paso. La poesía, dicen, es “el arte de expresar lo inefable”. He aquí un buen ejemplo de ello.
Ángeles arroja su interior al papel con una autenticidad pasmosa. Es ella misma la que corre en tinta por sus versos. No hay lugar aquí para lo barroco y lo alambicado. Nos dice mucho, tal vez todo, en brevísimo espacio. Alcanza la plenitud con lo mínimo. Ser feliz debe ser algo mucho más sencillo que cargar con el armatoste existencial que, con harta frecuencia, nos montamos en Occidente.
Si, además, esas luces se colocan en medio de una cuidadísima edición, donde cada dibujo y cada aforismo están donde deben estar, el milagro está servido.
Ángeles, te sigo muy de lejos. Pero el leve telón que levantas hace correr una suerte de brisa. Debe de ser eso lo que llaman espíritu…
Cuando terminas de leer un libro tan insólito y te dispones a comentarlo, tienes dos caminos. El primero: estimar en mucho lo que has leído como algo exótico, curioso, pero en todo caso extraño a nuestro ámbito. El segundo: intentar comprender, aunque sea un poco, la sublime experiencia que experimentó la autora en su viaje a Malasia en 2005, y que ha marcado, como se ve a las claras, su vida entera. Este segundo camino es el más abrupto, pero – en mi opinión – el único posible. Menos mal que esta ardua tarea queda allanada por la natural y nada presuntuosa potencia expresiva que nos regala la autora a cada paso. La poesía, dicen, es “el arte de expresar lo inefable”. He aquí un buen ejemplo de ello.
Ángeles arroja su interior al papel con una autenticidad pasmosa. Es ella misma la que corre en tinta por sus versos. No hay lugar aquí para lo barroco y lo alambicado. Nos dice mucho, tal vez todo, en brevísimo espacio. Alcanza la plenitud con lo mínimo. Ser feliz debe ser algo mucho más sencillo que cargar con el armatoste existencial que, con harta frecuencia, nos montamos en Occidente.
Si, además, esas luces se colocan en medio de una cuidadísima edición, donde cada dibujo y cada aforismo están donde deben estar, el milagro está servido.
Ángeles, te sigo muy de lejos. Pero el leve telón que levantas hace correr una suerte de brisa. Debe de ser eso lo que llaman espíritu…