Historia de Takashi Nagai, médico
radiólogo, investigador, humanista, pacifista y cristiano converso de Nagasaki.
Cuenta su vida, su vocación a la medicina, su conversión al Cristianismo, su boda con la cristiana Midori, su paso por Manchuria en la
guerra ruso japonesa. También cuenta la historia del Cristianismo en Japón, las
persecuciones, la crucifixión en Nagasaki de Pablo Miki y compañeros.
El día 9 de agosto de 1945, a las
once, se encontraba en su despacho. Sobrevive al brutal estampido de la bomba
atómica. Con otras enfermeras, toma un trozo de tela blanca, dibujan con su
propia sangre un círculo central, y conducen con esta seña a los supervivientes
a las afueras, para intentar salvar a los que puedan. En el momento del
impacto, murieron 70.000 personas. El autor lo describe de un modo
espeluznante, basándose en los diarios de Nagai.
Lo que más me impactado es la
escena en la que se dirige, al día siguiente, a su casa, para ver lo que ha
pasado con Midori, su mujer. El epicentro de la bomba fue el barrio de Urakami,
donde ellos vivían, donde estaba la catedral católica, y la mayor parte de la
floreciente comunidad cristiana de Nagasaki (murieron 8.000 ese día). Cuando
llega, se encuentra su casa en ruinas, entra y solo puede tomar un caldero y recoger los huesos
de su mujer que no han sido calcinados. Luego, los entierra en un cementerio
próximo.
La fe de Nagai le lleva a
recuperarse y volcarse en ayudar a los demás. Piensa que la bomba ha sido un
hansai, un holocausto que Dios ha permitido para que las generaciones futuras
obtengan la paz. Contribuye a la reconstrucción moral y material de Nagasaki,
donando todo lo que gana por la publicación de sus libros (Las campanas de
Nagasaki). Muere en el año 1951, a los 43 años de edad, víctima de la leucemia
que ya había adquirido antes de la explosión, por su exposición a los rayos X,
y que la radiación recibida el 9 de agosto agrava. Es visitado por muchos personajes, ya que se hace famoso.
Conserva la alegría y el optimismo hasta el final, con una fe y una esperanza que nadie puede
destruir