Tercera entrega de Escipión. Es un Escipión crepuscular, pero no por ello menos interesante. Un Escipión enfermo, dubitativo a veces, al que Roma no le agradece todo lo que ha hecho. El gran enemigo, Catón, no ceja. Escipión tuvo como enemigo real y verdadero a Catón, no tanto a Aníbal. Los dos murieron el mismo año y exiliados. Son dos vidas paralelas. Escipión y Catón son dos formas de ver Roma. Vence la de Catón, pero andando el tiempo vence la de Escipión: el personalismo (ahora diríamos, el populismo). Es decir, el Imperio. Catón, abominaba de los personalismos. Para un romano, el Estado, el poder público basado en instituciones sólidas, es lo primero, y ve en Escipión un peligro.
Ya digo que al final sucede lo previsible, Roma gobernada por emperadores de origen divino y casi poder absoluto. Pero esta no era la Roma de la República, la Roma de siempre, la Roma de Catón, defensor de las tradiciones. Por eso se enfrenta a muerte a Escipión. Consigue parar ese personalismo, pero dos siglos más tarde llegan César y Octavio Augusto.