La tercera entrega de la famosa novela de José María Gironella sigue el pulso de las anteriores: "los cipreses creen en dios" y "un millón de muertos". La etapa que novela cubre, a modo de crónica de sociedad, el periodo de tiempo comprendido entre abril de 1939 y diciembre de 1941. La idea de Gironella era ir publicando con el tiempo nuevas entregas, pero al final, ese titánico propósito no se cumplió. Como consecuencia, la novela carece de desenlace, simplemente acaba, sin "resolver" los conflictos personales que se ciernen en torno a Ignacio Alvear, su familia, la sociedad gerundense, y el mundo de los exiliados.
El mérito de Gironella es tocar todos los ambientes posibles que se dieron lugar en esos años, presentándonos, no ideologías desnudas, sino creencias encarnadas en personas con sus dificultades, miedos y condicionantes.
El estilo no decae, aunque, a mi parecer, le sobran páginas a esta magna trilogía. La crónica es demasiado detallada, sobre todo, cuando describe Gerona, otra vez en verano, otra vez en otoño, otra vez en invierno..., aunque en, eso sí, diferentes circunstancias. Muestra habilidad para codearse con todo tipo de mentalidades bien ambientadas en esos duros años: desde Mateo, el falangista acérrimo, a Cosme Vila, que ve cómo su sueño comunista se desvanece en Moscú. Agustín Lago, miembro del Opus Dei naciente, está tratado con corrección, pero a mi parecer le falta el empuje del que hicieron gala los miembros de la Obra en esos años.
Pero lo más decepcionante del libro, como he señalado más arriba, es que no acaba. Termina y punto. Te queda la sensación de que el autor te lleva por un camino y se despide de ti sin haber llegado a ningún sitio. Una novela tiene que tener planteamiento, nudo y desenlace.
Para aquellos que quieran leer esta ya clásica obra, les aconsejo que se contenten con "Los cipreses creen en Dios". Es la mejor de las tres y la crónica que realiza de la república te sirve para comprender por qué se llegó a la tragedia de la guerra civil.