Deliciosa e interesante película que protagonizan, mano a mano, dos grandes actores: Jack Nicolson y Morgan Freeman.
Trata del problema de la vejez, de la enfermedad, y, en último término, de la muerte.
En este caso, de la muerte que se sabe próxima. Los dos protagonistas buscan todo tipo de experiencias antes de que el cáncer termine con sus vidas. Pero esas experiencias tampoco les satisfacen. Se dan cuenta de que, por muchas experiencias que tengan, lo que tiene que buscar, antes de morir, no son grandes viajes ni excéntricas aventuras (lo que la gente entiende por disfrutar de la vida), sino que tienen que saldar esas deudas, esas heridas del alma que no han supurado bien. Solo así encontrarán la paz.
Es decir, lo que tienen que hacer no es vivir mucho para fuera, sino amar lo que no has sabido amar, tal como dice Fito en una de sus canciones.
Es un toque de atención a la mentalidad actualmente reinante.
Para no pocos, disfrutar de la vida quiere decir viajar, tener experiencias, conocer mucha gente, ver muchas películas, comer muchos platos o escuchar muchas canciones. Eso está muy bien, pero no es lo fundamental. Para disfrutar de la vida, simplemente hay que amar y sentirse amado. Suena cursi, pero es así. Lo importante no es, por ejemplo, ver amanecer en el Fujijama (que debe de ser una experiencia inigualable), sino compartir con alguien a quien quieres esa vivencia.
Hay una escena, hacia el final, en la que Freeman está feliz, celebrando con su familia su regreso con una modesta cena alrededor de una modesta mesa, mientras que Nicolson trata de abrir un plato precocinado en su lujosa y solitaria casa. Como no acierta a abrirlo, comienza a golpearlo desesperado. Eso es cine. He aquí una gran película que dará mucho que hablar en un cine fórum.