Parece ser que, en los últimos tiempos, la novela negra nos viene de latitudes frías. Mankell, escritor sueco, aunque afincado en Mozambique, es una buena prueba de ello. Wallander, inefable protagonista de toda la serie, es un policía de la comisaría de Ystad, pequeña ciudad cerca de Malmö, en Escania, región del sur de Suecia.
Kurt Wallander, además de policía que tiene que resolver sangrientos crímenes, cuya investigación constituye la médula del relato, es un ciudadano sueco del siglo XXI con todos los problemas que ello puede conllevar: situación económica desahogada pero complicados problemas familiares y existenciales. Problemas que lo llevan al desánimo, a beber demasiado y a abundar en frecuentes resbalones tanto profesionales como personales, y que intenta superar como puede. Adiós, pues, al héroe policíaco inexorable e impoluto. En una palabra, Wallander es un hombre como uno de tantos. Es esto, y no tanto la sola resolución del crimen, lo que hace de las novelas de Mankell algo verdaderamente interesante, incluso yo diría que apasionante.
El hombre tranquilo es la última novela de la “serie Wallander”. Se nos presenta a un Wallander crepuscular, ya cercano a los 60, al que aguijonea la sensación del paso inexorable del tiempo. Un Wallander que vive del recuerdo más que de la esperanza, y que solo tiene un agarre en el futuro: el nacimiento de su nieta Klara.
Por lo demás, el caso que ocupa la novela no deja de ser interesante y reviste un trasfondo histórico. El espionaje de submarinos rusos en aguas suecas. Situación que se dio en los ochenta y que, curiosamente, se volvió a dar hace unos días, mientras leía la novela.
Al que quiera leer algo de este autor, yo lo aconsejaría que comience por Asesinos en la oscuridad o Los perros de Riga, ya que en esta última que comentamos se hacen referencias a pasajes y personajes de las anteriores.