Acabo de releer hace unos días la
sugerente novela El despertar de la señorita Prim. Nos presenta una
bibliotecaria que consigue trabajo en un pueblo cuyos habitantes viven unos valores diametralmente opuestos a los fríos
parámetros que se nos imponen en la sociedad posmoderna.
Para empezar, rechazan cualquier
sistema educativo, y los niños estudian en su casa. Leen a Cicerón y a Virgilio
en una casona, en la que su dueño les ayuda a amar la cultura clásica y a Santo
Tomás de Aquino, retirándose a una abadía cercana en busca de la verdadera
sabiduría.
Las mujeres de ese pueblo han
ejercido en el pasado la profesión publicistas, arquitectos, agentes de bolsa,
pero han decidido dedicar su vida a regentar una modesta floristería, una
panadería artesanal o una pequeña escuela de pintura. Por supuesto, su horario
es reducido. Comen con su familia, y a las cinco están en casa o en el café, o
dedicándose a otras tareas, como leer, tocar un instrumento o enseñar a niños. Es
gente cultísima y de una gran sensibilidad.
La señorita Prim, de mentalidad
moderna, rechaza ese modo de vivir, y son frecuentes las conversaciones sobre el sentido de la
existencia y el valor de la cultura y de la educación, y sobre el verdadero
feminismo. Todo en un tono amable, e incluso divertido.
La autora nos invita a pensar en
el sinsentido de la sociedad moderna, que no nos permite vivir de otra manera.
Los argumentos de la señorita Prim se topan una y otra vez con la coherencia de
una vida que tiene su lógica interna y que conduce, al escoger lo verdadero y
lo bueno, una vida plena y llena de sentido.