Chesterton inventa, en estos breves relatos, un personaje singular. El padre Brown es un cura católico, pequeñito, con gafas de sabiondo, y bastante despistado. Los detectives profesionales acaban reconociendo la sabiduría de este ser insignificante en apariencia pero de un gran espíritu de observación.
Cada relato describe una situación, unos personajes y –cómo no– un crimen. Los policías intentan esclarecer los hechos y hallar al culpable. Y, por ahí aparece este sacerdote con pinta de curita de pueblo, que les aporta los detalles que todos habían pasado por alto, y que dan con el móvil del crimen y, a la postre, con el asesino.
El padre Brown utiliza la razón, no a pesar de ser católico, sino precisamente por serlo. Hay una escena en la que un criminal vestido de cura intenta discutir con él de cuestiones teológicas. Descubre nuestro simpático padre que no es cura católico. ¿Por qué?: en un momento dado, el falso cura critica la razón como medio para llegar a Dios.
Asimismo, Brown descubre crímenes y criminales, pero en todo el relato nunca juzga a las personas. Hasta el ser más abominable, es una persona, hija de Dios, que se puede salvar.
Chesterton, aún en relatos de detectives y crímenes, no se queda en la superficie, se plantea cuestiones más profundas como la libertad, la conciencia, y la dignidad del ser humano. Cuestiones palpitantes en la Teología y en Moral católica, que atrajo tanto al escritor inglés y que vertía incluso en sus relatos de crímenes.