Carlos Javier Cebrián, prolífico escritor, poeta y referente cultural en un Elche necesitado de estas cosas, se nos muestra en este poemario con toda su abrupta sinceridad, es decir, con toda su grandeza. Porque un poeta, o busca la verdad, o se hace pequeño. Y esa grandeza está llena de dolor y muchas veces de tristeza, como apunta en uno de sus versos no sin matiz magistral: "el dolor no es el impacto, /es el residuo. La tristeza es un don". Por ello, al contrario que otro poeta ilicitano, Javier Cebrián se considera un poeta maldito, y regala su desdén hacia los aplausos del mundo: "que les den", pero en ese desdén se incluye a sí mismo: "que nos den".
Javier resucitó hace años ante sus amigos en renombrada ceremonia, pero su vuelo sigue siendo de buscador: "renacido de mis cenizas, pero jamás logré apropiarme de este tiempo". Que un poeta es un ser peleado con su tiempo ya lo dijo (más o menos) Chesterton hace un siglo, pero nadie es capaz de darnos la receta apropiada para superar tan envenenada bifurcación existencial. Cebrián nos aconseja una para salir del paso: "vive , solo vive. Sobrevive / por el solo hecho de vivir". Lo que, en el fondo, todos sospechamos es que esa solución -en principio provisional- se convierte con el tiempo en nuestra propia manera de existir, en nuestra propia manera de amar (o des-amar).
Uno puede quedar exaltado o herido después de leer este poemario. Pero ese canto o esa sangre derramada en los vericuetos más incautos de nuestra condición todavía nos puede señalar un camino