Antonio Moreno nos ofrece un poemario lleno de luz y de cotidianidad. La luz es sublime, pero para nada pretenciosa. Es lo más claro y lo menos vistoso. La luz es entorno, nunca objeto, es ambiente, nos acompaña. Esa es su vocación. No me refiero a la luz material solamente, sino a la luz de la existencia. Para Antonio, existir es, fundamentalmente, una buena noticia. Hay que felicitarse por ser.
A partir de ahí, todo lo que encuentra en su camino, ya sean grandes ideales, amores, o pequeños objetos, todo es motivo de celebración.
Como tuve ocasión de comentarle personalmente, a mi parecer, no es fácil moverse literariamente en este ambiente pleno de positividad de una forma natural y no pretenciosa. Parece menos invasivo y más cercano aquel que se muestra digno de compasión, o que hurga en sus llagas o en las heridas del mundo. Pero ahí están Juan de la Cruz, Guillén, Paz, Claudio Rodríguez..., y más modernamente, Rosillo.
Antonio es cercano, muy cercano, porque te cuenta lo bueno de estar vivos. Y lo hace desde la humilde experiencia del que solo tiene la palabra como arma. No habla de una manera impostada. Él dice lo que ve, pero es que ve mucho, porque se para en lo esencial de las cosas, en lo que tenemos que llevar en la mochila para seguir viviendo de una manera digna y sopesada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario