Acabo de leer un clásico: Juanita la Larga. Valera siempre ha sido oscurecido por los grandes del realismo español: Galdós, Clarín, Pardo Bazán. Pero no es un autor a descartar. Su riquísima cultura (sabía griego y latín, y fue embajador en Washington y en Moscú, entre otros lugares) alimentan un estilo parco pero muy cuidado, que compagina el lenguaje coloquial con el culto.
Valera nos cuenta el ambiente de un pueblo andaluz de fin de siglo XIX, con su cacique, su alcalde, su secretario, su cura, su boticario, su farmacéutico, y su devota. Y, cómo no, su niña bonita y fiera. Juanita, aunque es de baja condición e hija ilegítima, es pretendida por varios personajes conspicuos del pueblo.
No es literatura naturalista, no tiene ese tinte pesimista y amargo de Galdós (en alguna de sus novelas), o Clarín. Tampoco es anticlerical. Su propósito es contar la realidad tal como es, pero embellecida por unos diálogos y unas descripciones espléndidas, que te entretienen y te gustan.
Valera cree en el hombre, los personajes parecen de carne y hueso, tienen miserias pero no te dan miedo, terminas comprendiendo a todos un poco. Juanita es una chica de buen juicio, fuerte, honrada y de gran corazón. El bien triunfará.
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