Estaba en deuda con este cuento. La transformación de un viejo avaro que veía la navidad como una “paparrucha”, una “tontería”, un “sacadineros”. Y es una transformación a lo Hamlet, con fantasma y todo. La diferencia: Hamlet se desespera y “lía parda”. Scroog, nuestro anciano gruñón (que más bien produce compasión que odio) se transforma, se convierte.
Porque la navidad es cristiana, y la médula del cristianismo es
la conversión. Pero claro, el pobre necesita la aparición, no de uno, sino de
hasta cuatro espíritus que le muestran su pasado, su presente y su posible
futuro. Pero el futuro en el fondo no está escrito: siempre se puede cambiar:
he aquí la raíz de la verdadera esperanza y del optimismo. Por muy ruin que
haya sido nuestra vida, siempre podemos cambiarla. Nuestra libertad no está
totalmente determinada por nuestras circunstancias o por el peso de nuestros
errores.
"Cuento de Navidad" fue escrito en
1843. En 1841, Alberto, príncipe alemán, se casó con la nueva reina, Victoria,
que marcará como se sabe una época en Gran Bretaña. Durante la revolución
industrial anterior, mucha gente emigró a las ciudades, perdiendo sus
tradiciones. El capitalismo fomentaba el individualismo y la fría
competitividad. En la época victoriana, comienza a haber en Inglaterra una
añoranza de las tradiciones navideñas perdidas, y Alberto trajo de Alemania los
villancicos y los árboles de navidad.
Este es el contexto histórico en
el que hay que situar este breve relato en el que Charles Dickens, con su pluma
invencible a los tiempos, nos puede preparar interiormente para las fiestas que
se acercan.
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