Acabo de terminar la biografía de
Santo Tomás, de Chesterton. Como la de San Francisco, más que contar la vida,
te relata sus episodios más conocidos, y reflexiona sobre ellos, con su típico
estilo polémico, irónico y a la vez amable, con esa inteligencia inglesa que
tan lejos está de los platós de la Sexta.
Chesterton toca la tecla que más
le gusta.
Una afirmación que puede causar mucha extrañeza hoy en día. El es católico, porque es creyente y le
gusta pensar. Y Santo Tomás armoniza la Fe y la Razón. Así de sencillo. El
aquinate recibió a Aristóteles, cuando se desconfiaba de él en la cristiana
Europa del siglo XIII, lo leyó y honradamente dijo: “este pensamiento me ayuda
a entender a Dios y al mundo”. La razón
y la fe no pueden contradecirse, ya que los dos proceden de Dios.
Resalta la honradez intelectual y
humana de Santo Tomás. Él solo quería llegar a la verdad, prescindiendo de su
persona, de estar siempre bajo los focos. Ese “buey mudo”, como le llamaban sus
compañeros en Paris, estaba llamado a ser uno de los pilares del pensamiento
universal.
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