Segunda entrega de la trilogía de Trajano. El emperador llega al poder. Es un buen hombre y quiere ser justo. En comparación con Domiciano, un cielo. Pero tiene enemigos en el Senado, y por detrás está su sobrino Adriano, al que Posteguillo no trata demasiado bien (¿habrá leído a Yourcernar?).
Relata las dos guerras contra los dacios allá por Rumanía. Como la entrega anterior, apasionante, respetuosa más o menos con la Historia y, sin pretenderlo, muy didáctica, ya que te explica las costumbres de los dacios, la construcción del mayor puente del mundo, el funcionamiento de las instituciones romanas, y, por supuesto, las carreras de cuadrigas en el Circo Máximo.
Insisto, Posteguillo cumple las tres características básicas que ha de tener, a mi entender, un buen relato:
- Calidad: el relato ha de estar bien escrito. Posteguillo no pretende hacer literatura cervantina (para eso está Landero). Es un modo de escribir simplemente eficaz y correcto. Con eso basta.
- Capacidad de entretener: un relato muy bien escrito pero que es un tostón, al final, embarranca. Con Posteguillo jamás se te ocurre mirar cuántas páginas faltan. Es más deseas que el libro no acabe nunca. Y cuando cierras la últimas páginas, te miras al espejo y te preguntas: ¿y ahora qué hago?
- Capacidad de enriquecer: el lector, una vez terminada la novela debe saber algo más. Saber sobre la Historia, sobre una época, sobre una corriente filosófica, sobre un conflicto, o sobre todo lo que atañe a la condición humana. Leyendo a Turgueniev te enteras (más o menos) de cómo funcionaba la sociedad rusa de la época. Leyendo a Dostoievski te enteras (más o menos) de cómo funciona el alma humana. La biografía de Trajano te introduce de una manera natural en el mundo antiguo de esa época (y no sólo el mundo romano).
Conclusión: he comenzado con la tercera entrega, titulada La Legión perdida.
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