Antes del verano, comenzaba con la lectura de esta novela histórica. Como con todas las novelas históricas me sucede, mi prevención era clara, a pesar de las buenas referencias.
Me gusta la novela histórica, pero he de reconocer que la exijo mucho, y no solo en cuanto a los datos (que esté documentada): pido que el autor se sitúe de tal manera en la época (con sus costumbres, su modo de hacer política, sus actividades, sus ideales, su religión, su mentalidad) que nos parezca escrita por una persona del siglo XXI.
Además, pienso que en último término la literatura está concebida de algún modo para entretener, para captar la atención. Hay novelas que captan de tal manera tu atención que casi formas parte del relato.
Pues bien, Posteguillo me ha satisfecho plenamente en los dos aspectos. Da igual que sea muy largo. Te lo pasas bien, te alegras, sufres, esperas el desenlace, ese doblar la esquina donde te espera un final que no es el que has soñado (o sí). Posteguillo plantea la acción con varias historias entrelazadas en no muy largos capítulos. Y estos a su vez, sobre todo en las batallas, los divide en escenas. Casi como una guión de cine. Un estilo sobrio y ponderado, en tercera persona, nada experimental, pero muy eficaz. La muerte, el asesinato, la crueldad (¡madre mía, Domiciano!), pero también la nobleza y la amistad sazonan la historia.
Además, aprendes muchas cosas del mundo antiguo. Muchas cosas que sabías dentro de un esquema aprendido o explicado, allí se presentan, por decirlo así, en carne y hueso.
Lógicamente, después de terminar Los asesinos del emperador, ya he comenzado la segunda parte de la trilogía: circo Máximo, que promete
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