El nuevo poemario de Antonio Moreno profundiza en las claves de su línea poética. Expresión clara y sobria, reflexión serena sobre lo que ve y sobre lo que le sucede. Se diría que minimalismo temático y hondura de pensamiento son los dos ingredientes de este autor que sabe convertir en claridad un detalle material nimio o un acontecimiento en principio banal.
¿Dónde está, en mi opinión, la clave? En esa mirada puramente contemplativa que no intenta encuadrar, calificar, entender. En definitiva, que no intenta poseer. Todo lo recibe como un don, con la actitud serena y agradecida de aquel que no codicia encauzar nada, sino que desea aprovechar lo que el destino y la naturaleza le ofrece para crecer como humano.
Y esta actitud despojada y abierta es fácil que termine dirigiendo sus pasos hacia el destinatario último de ese agradecimiento vital. La búsqueda de Dios, pienso, aparece como algo coherente con los presupuestos estéticos y vitales del autor. Una búsqueda llena de preguntas y claroscuros pero no por ello menos firme y sincera. Dios es alguien casi necesario, pero no tiene nombre. En Dios encuentra todo pero también el vacío. El largo poema final que cierra esta entrega y que da título al libro es, en su hermosa paradoja, de lo más logrado y original que he leído a este gran poeta que es Antonio Moreno.
Celebremos esta nueva muestra de una poética consistente, clara, reflexiva y lúcida. No sé si se podrá hablar (lo hemos debatido) de poesía mística, pero sí de una poesía luminosa que aporta una gran dosis de positividad en un mundo a veces tan fragmentado y oscuro.
Caminos poéticos hay muchos, pero, en mi opinión, este es uno de los que no ha de morir nunca.
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